sábado, 15 de marzo de 2014
118. ¿Por qué la muerte de Cristo forma parte del designio de Dios? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 118 repetición) Al fin
de reconciliar consigo a todos los hombres, destinados a la muerte a causa del
pecado, Dios tomó la amorosa iniciativa de enviar a su Hijo para que se
entregara a la muerte por los pecadores. Anunciada ya en el Antiguo Testamento,
particularmente como sacrificio del Siervo doliente, la muerte de Jesús tuvo
lugar según las Escrituras.
Resumen
(C.I.C 619) "Cristo murió por nuestros pecados según
las Escrituras" (1Co 15, 3).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 603) Jesús no conoció la reprobación como si él mismo
hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al
Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por
nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal
22,1). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no
perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm
8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo" (Rm 5, 10). (C.I.C 604) Al entregar a su Hijo por nuestros pecados,
Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor
benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste
el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos
envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10. 19).
"La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía
pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
Para la reflexión
(C.I.C 605) Jesús ha recordado al final de la parábola de la
oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es
voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños"
(Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es
restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor
que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los
Apóstoles (cf. 2Co 5, 15; 1Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los
hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien
no haya padecido Cristo" (Concilio de Quiercy (año 853): DS 624). [Fin]
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