jueves, 9 de julio de 2015
471. ¿Qué tratamientos médicos se permiten cuando la muerte se considera inminente?
(Compendio 471) Los cuidados que se deben de ordinario a
una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos; son legítimos,
sin embargo, el uso de analgésicos, no destinados a causar la muerte, y la
renuncia al «encarnizamiento terapéutico», esto es, a la utilización de
tratamientos médicos desproporcionados y sin esperanza razonable de resultado
positivo.
Resumen
(C.I.C 2318) ‘Dios […] tiene en su mano el alma de todo ser
viviente y el soplo de toda carne de hombre’ (Jb 12, 10). (C.I.C 2319) Toda
vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte, es sagrada,
pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y semejanza del Dios
vivo y santo.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 2278) La interrupción de tratamientos médicos
onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados
puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el
‘encarnizamiento terapéutico’. Con esto no se pretende provocar la muerte; se
acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si
para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos
legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del
paciente.
Para la reflexión
(C.I.C 2279) Aunque la muerte se considere inminente, los
cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente
interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del
moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente
conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni
como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados
paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por
esta razón deben ser alentados. (C.I.C 2280) Cada cual es responsable de su
vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue siendo su soberano Dueño.
Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su
honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no
propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.
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