domingo, 9 de noviembre de 2014
302. ¿Cuáles son los elementos esenciales del sacramento de la Reconciliación? (Primera parte)
(Compendio 302) Los elementos esenciales del sacramento
de la Reconciliación son dos: los actos que lleva a cabo el hombre, que se
convierte bajo la acción del Espíritu Santo, y la absolución del sacerdote, que
concede el perdón en nombre de Cristo y establece el modo de la satisfacción.
Resumen
(C.I.C 1440) El pecado es, ante
todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con Él. Al mismo tiempo, atenta
contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el
perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y
realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación
(cf. Lumen gentium, 11).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1447) A lo largo de los
siglos la forma concreta, según la cual la Iglesia ha ejercido este poder
recibido del Señor ha variado mucho. Durante los primeros siglos, la
reconciliación de los cristianos que habían cometido pecados particularmente
graves después de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o adulterio),
estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes
debían hacer penitencia pública por sus pecados, a menudo, durante largos años,
antes de recibir la reconciliación. A este "orden de los penitentes"
(que sólo concernía a ciertos pecados graves) sólo se era admitido raramente y,
en ciertas regiones, una sola vez en la vida. Durante el siglo VII, los
misioneros irlandeses, inspirados en la tradición monástica de Oriente,
trajeron a Europa continental la práctica "privada" de la Penitencia,
que no exigía la realización pública y prolongada de obras de penitencia antes
de recibir la reconciliación con la Iglesia. El sacramento se realiza desde
entonces de una manera más secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta
nueva práctica preveía la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría
así el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una sola
celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados
veniales. A grandes líneas, esta es la forma de penitencia que la Iglesia
practica hasta nuestros días.
Para la reflexión
(C.I.C 1442) Cristo quiso que toda
su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el
instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su
sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio
apostólico, que está encargado del "ministerio de la reconciliación"
(2Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es
Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos
reconciliar con Dios" (2Co 5,20). (C.I.C 1443)
Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó
el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a
integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había
alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que
Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, Él mismo se sienta a su mesa,
gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf. Lc
15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf. Lc 19,9). (C.I.C 1444) Al hacer partícipes a los apóstoles de su propio poder
de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a
los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa
particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te
daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará
atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los
cielos" (Mt 16,19). "Consta que también el colegio de los Apóstoles,
unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro” (Mt 18,
18; 28, 16-20; Lumen gentium, 22). (Continua)
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