miércoles, 5 de noviembre de 2014
299. ¿Tienen necesidad los bautizados de conversión?
(Compendio 299) La llamada de Cristo a la
conversión resuena continuamente en la vida de los bautizados. Esta conversión
es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia, que, siendo santa, recibe en
su propio seno a los pecadores.
Resumen
(C.I.C 1488) A los
ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores
consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo
entero.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1427) Jesús
llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del
Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos
y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia,
esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su
Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y
fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se
renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los
pecados y el don de la vida nueva. (C.I.C 1429)
De ello da testimonio la conversión de San Pedro tras la triple negación de su
Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del
arrepentimiento (cf. Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple
afirmación de su amor hacia él (cf. Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene
también una dimensión comunitaria.
Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia:
"¡Arrepiéntete!" (Ap 2, 5. 16). San Ambrosio dice acerca de las dos
conversiones que, “en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del
Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (San Ambrosio, Epistula extra collectionem 1 [41], 12:
PL 16, 1116).
Para la reflexión
(C.I.C 1428) Ahora
bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los
cristianos. Esta segunda conversión
es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio
seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada
de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación"
(Lumen gentium, 8). Este esfuerzo de
conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón
contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf. Jn 6,44; 12,32)
a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf. 1Jn
4,10).
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