jueves, 6 de noviembre de 2014
300. ¿Qué es la penitencia interior?
(Compendio 300) La penitencia interior es
el dinamismo del «corazón contrito» (Sal 51, 19), movido por la gracia divina a
responder al amor misericordioso de Dios. Implica el dolor y el rechazo de los
pecados cometidos, el firme propósito de no pecar más, y la confianza en la
ayuda de Dios. Se alimenta de la esperanza en la misericordia divina.
Resumen
(C.I.C 1490) El
movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento, implica un
dolor y una aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito firme de
no volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se
nutre de la esperanza en la misericordia divina.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1430) Como ya
en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira,
en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los
ayunos y las mortificaciones, sino a la
conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de
penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión
interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles,
gestos y obras de penitencia (cf. Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18). (C.I.C
1431) La penitencia interior es una reorientación
radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro
corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia
las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la
resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la
confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada
de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cf. Concilio de
Trento: DS 1676-1678; 1705; Catecismo
Romano, 2, 5, 4).
Para la reflexión
(C.I.C 1432) El
corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un
corazón nuevo (cf. Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la
gracia de Dios que hace volver a El nuestros corazones: "Conviértenos,
Señor, y nos convertiremos" (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para
comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón
se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a
Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte
mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf. Jn 19,37; Za 12,10). “Tengamos
los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su
Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido
para el mundo entero la gracia del arrepentimiento” (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios, 7, 4). (C.I.C 1433)
Después de Pascua, el Espíritu Santo "convence al mundo en lo referente al
pecado" (Jn. 16, 8-9), a saber, que el mundo no ha creído en el que el
Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el
Consolador (cf. Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del
arrepentimiento y de la conversión (cf. Hch 2,36-38; Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem, 27-48).
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