lunes, 3 de noviembre de 2014
297. ¿Por qué hay un sacramento de la Reconciliación después del Bautismo?
(Compendio 297) Puesto que la vida nueva de
la gracia, recibida en el Bautismo, no suprimió la debilidad de la naturaleza
humana ni la inclinación al pecado (esto es, la concupiscencia), Cristo
instituyó este sacramento para la conversión de los bautizados que se han
alejado de Él por el pecado.
Resumen
(C.I.C 1486) El
perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un
sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la
penitencia o de la reconciliación.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1425)
"Habéis sido lavados […], habéis sido santificados, […] habéis sido
justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro
Dios" (1Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios
que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender
hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha
revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol San Juan dice también:
"Si decimos: ‘no tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en
nosotros" (1Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona
nuestras ofensas" (Lc 11,4), uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas
al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.
Para la reflexión
(C.I.C 1426) La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento
por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo
recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante él"
(Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada
ante Él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación
cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni
la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que
sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la
gracia de Dios (cf. Concilio de Trento: DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la
vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf. Concilio de Trento: DS
1545; Lumen gentium, 40).
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