lunes, 21 de julio de 2014
221. ¿De qué modo el Padre es fuente y fin de la liturgia? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 221) En la liturgia el Padre nos colma de sus
bendiciones en el Hijo encarnado, muerto y resucitado por nosotros, y derrama
en nuestros corazones el Espíritu Santo. Al mismo tiempo, la Iglesia bendice al
Padre mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias, e implora el
don de su Hijo y del Espíritu Santo.
Resumen
(C.I.C 1110) En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es
bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la Creación y de
la Salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu
de adopción filial.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1081) Las bendiciones
divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el
nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Exodo), el don de la Tierra
prometida, la elección de David, la presencia de Dios en el templo, el exilio
purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas
y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas
bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de
acción de gracias. (C.I.C 1082) En la Liturgia
de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el
Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones
de la creación y de la salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado
por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros
corazones el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.
Para la reflexión
(C.I.C 1083) Se comprende, por
tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las "bendiciones
espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene
una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo
la acción el Espíritu Santo" (Lc 10, 21), bendice al Padre "por su
Don inefable" (2Co 9, 15) mediante la adoración, la alabanza y la acción
de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la
Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios
dones" y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre
ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la
comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder
del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza
de la gloria de su gracia" (Ef 1, 6). [Fin]
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario