jueves, 3 de julio de 2014
206. ¿Qué significa morir en Cristo Jesús? (Tercera parte - continuación)
(Compendio 206 - repetición) Morir en
Cristo Jesús significa morir en gracia de Dios, sin pecado mortal. Así el
creyente en Cristo, siguiendo su ejemplo, puede transformar la propia muerte en
un acto de obediencia y de amor al Padre. «Es cierta esta afirmación: si hemos
muerto con Él, también viviremos con Él» (2 Tm 2, 11).
Resumen
(C.I.C 1018) Como consecuencia del
pecado original, el hombre debe sufrir "la muerte corporal, de la que el
hombre se habría liberado, si no hubiera pecado" (Gaudium et spes, 18).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1011) En la muerte Dios
llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la
muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar con
Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de
obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46): “Mi
deseo terreno ha sido crucificado; [...] hay en mí un agua viva que murmura y
que dice desde dentro de mí "Ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía,
Epistula ad Romanos, 7, 2). “Yo quiero ver a Dios y para verlo es
necesario morir” (Santa Teresa de Jesús, Poesia 7). “Yo no muero, entro en la
vida” (Santa Teresa del Niño Jesús, Lettre,
9 junio 1897). (C.I.C 1012) La visión
cristiana de la muerte (cf. 1Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la
liturgia de la Iglesia: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina,
se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión
eterna en el cielo” (Prefacio de
difuntos, Misal Romano).
Para la reflexión
(C.I.C 1013) La muerte es el fin
de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia
que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y
para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de
nuestra vida terrena" (Lumen gentium,
48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los
hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación"
después de la muerte. (C.I.C 1014) La Iglesia
nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte
repentina e imprevista, líbranos Señor": Letanías de los santos), a pedir
a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte"
(Avemaría), y a confiarnos a San José, patrono de la buena muerte: “Habrías de
ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena
conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de
la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?” (De imitatione Christi 1, 23, 5-8). “Y
por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún viviente escapa de su
persecución; ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que
cumplen la voluntad de Dios”! (San Francisco de Asís, Canticum Fratris Solis). [Fin]
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