jueves, 19 de junio de 2014
196. ¿En qué sentido la Bienaventurada Virgen María es Madre de la Iglesia?
(Compendio 196) La Bienaventurada Virgen María es Madre
de la Iglesia en el orden de la gracia, porque ha dado a luz a Jesús, el Hijo
de Dios, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. Jesús, agonizante en la cruz, la
dio como madre al discípulo con estas palabras: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,
27).
Resumen
(C.I.C 973) Al pronunciar el Fiat de la Anunciación y al dar su consentimiento al Misterio de la
Encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo.
Ella es madre allí donde El es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 963) Después de haber hablado del papel de la Virgen
María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su
lugar en el Misterio de la Iglesia. "Se la reconoce y se la venera como
verdadera Madre de Dios y del Redentor [...] más aún, ‘es verdaderamente la
madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en
la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza'“ (Lumen gentium, 53; cf. San Agustín, De sancta virginitate, 6, 6: PL
40, 399). "María [...], Madre de Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo
VI, Discurso a los padres conciliares,
(21 de noviembre 1964). (C.I.C 964) El papel de María con relación a la Iglesia
es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. "Esta
unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el
momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (Lumen gentium, 57). Se manifiesta
particularmente en la hora de su pasión: “La Bienaventurada Virgen avanzó en la
peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz.
Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se
unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba amorosamente
su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había
engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al
discípulo con estas palabras: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’” (Jn 19, 26-27; Lumen gentium, 58).
Para la reflexión
(C.I.C 965) Después de la Ascensión de su Hijo, María
"estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones" (Lumen gentium, 69). Reunida con los
apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus oraciones el don del
Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra" (Lumen gentium, 59). (C.I.C 966)
"Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de
pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo
y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo,
para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor
del pecado y de la muerte" (Lumen
gentium, 59; Pío XII, Const. Ap. Munificentissimus
Deus (1 noviembre 1950): DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen
constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una
anticipación de la resurrección de los demás cristianos: “En el parto te conservaste
Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste la
fuente de la Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión
salvas de la muerte nuestras almas” (Tropario
en el día de la Dormición de la Bienaventurada Virgen Maria: (“Horológion
to méga”).
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