sábado, 14 de junio de 2014
193. ¿Qué aporta la vida consagrada a la misión de la Iglesia?
(Compendio 193) La vida consagrada participa en la misión
de la Iglesia mediante una plena entrega a Cristo y a los hermanos, dando
testimonio de la esperanza del Reino de los Cielos.
Resumen
(C.I.C 945) Entregado a Dios supremamente amado, aquél a
quien el Bautismo ya había destinado a Él, se
encuentra en el estado de vida consagrada, más íntimamente comprometido en el
servicio divino y dedicado al bien de toda la Iglesia.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 931) Aquel que por el bautismo fue consagrado a Dios,
entregándose a él como al sumamente amado, se consagra, de esta manera, aún más
íntimamente al servicio divino y se entrega al bien de la Iglesia. Mediante el
estado de consagración a Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo el
Espíritu Santo obra en ella de modo admirable. Por tanto, los que profesan los
consejos evangélicos tienen como primera misión vivir su consagración. Pero
"ya que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia
están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misionera, según el
modo propio de su instituto" (CIC canon 783; Redemptoris missio, 69).
Para la reflexión
(C.I.C 932) En la
Iglesia que es como el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de la
vida de Dios, la vida consagrada aparece como un signo particular del misterio
de la Redención. Seguir e imitar a Cristo "desde más cerca",
manifestar "más claramente" su anonadamiento, es encontrarse
"más profundamente" presente, en el corazón de Cristo, con sus
contemporáneos. Porque los que siguen este camino "más estrecho"
estimulan con su ejemplo a sus hermanos; les dan este testimonio admirable de
"que sin el espíritu de las bienaventuranzas no se puede transformar este
mundo y ofrecerlo a Dios" (Lumen
gentium, 31). (C.I.C 933) Sea público este testimonio, como en el estado
religioso, o más discreto, o incluso secreto, la venida de Cristo es siempre
para todos los consagrados el origen y la meta de su vida: “El Pueblo de Dios,
en efecto, no tiene aquí una ciudad permanente, sino que busca la futura. Por
eso el estado religioso [...] manifiesta también mucho mejor a todos los
creyentes los bienes del cielo, ya presentes en este mundo. También da
testimonio de la vida nueva y eterna adquirida por la redención de Cristo y
anuncia ya la resurrección futura y la gloria del Reino de los cielos” (Lumen gentium, 44).
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