sábado, 7 de junio de 2014
186. ¿Cómo ejercen los obispos la misión de santificar?
(Compendio 186) Los obispos ejercen su función de
santificar a la Iglesia cuando dispensan la gracia de Cristo, mediante el
ministerio de la palabra y de los sacramentos, en particular de la Eucaristía;
y también con su oración, su ejemplo y su trabajo.
Resumen
(C.I.C 867) La Iglesia es santa: Dios santísimo es su autor;
Cristo, su Esposo, se entregó por ella para santificarla; el Espíritu de
santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores, ella es "ex maculatis immaculata"
("inmaculada aunque compuesta de pecadores"). En los santos brilla su
santidad; en María es ya la enteramente santa. (C.I.C 939) Los obispos,
ayudados por los presbíteros, sus colaboradores, y por los diáconos, los
obispos tienen la misión de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el culto
divino, sobre todo la Eucaristía, y de dirigir su Iglesia como verdaderos
pastores. A su misión pertenece también el cuidado de todas las Iglesias, con y
bajo el Papa.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 893) El obispo "es el administrador de la gracia
del sumo sacerdocio" (Lumen gentium,
26), en particular en la Eucaristía que él mismo ofrece, o cuya oblación
asegura por medio de los presbíteros, sus colaboradores. Porque la Eucaristía
es el centro de la vida de la Iglesia particular. El obispo y los presbíteros
santifican la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de
la palabra y de los sacramentos. La santifican con su ejemplo, "no
tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey"
(1P 5, 3). Así es como llegan "a la vida eterna junto con el rebaño que
les fue confiado"( Lumen gentium,
26).
Para la reflexión
(C.I.C 1561) Todo lo que se ha
dicho explica por qué la Eucaristía celebrada por el obispo tiene una
significación muy especial como expresión de la Iglesia reunida en torno al
altar bajo la presidencia de quien representa visiblemente a Cristo, Buen
Pastor y Cabeza de su Iglesia (cf. Sacrosanctum
Concilium, 41; Lumen gentium, 26).
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