viernes, 30 de mayo de 2014
178. ¿Cómo está formado el Pueblo de Dios?
(Compendio 178) En la Iglesia, por institución divina,
hay ministros sagrados, que han recibido el sacramento del Orden y forman la
jerarquía de la Iglesia. A los demás fieles se les llama laicos. De unos y
otros provienen fieles que se consagran de modo especial a Dios por la
profesión de los consejos evangélicos: castidad en el celibato, pobreza y
obediencia.
Resumen
(C.I.C 814) Desde el principio, esta Iglesia una se
presenta, no obstante, con una gran diversidad
que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad
de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los
diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una
diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la
comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus
propias tradiciones" (Lumen gentium,
13). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia.
No obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don
de la unidad. También el apóstol debe exhortar a "guardar la unidad del
Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4, 3).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 873) Las mismas diferencias que el Señor quiso poner
entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a su misión. Porque
"hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión. A los
Apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función de enseñar, santificar
y gobernar en su propio nombre y autoridad. Pero también los laicos, partícipes
de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y
en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de
Dios" (Apostolicam actuositatem,
2). En fin, "en esos dos grupos [jerarquía y laicos] hay fieles que por la
profesión de los consejos evangélicos [...] se consagran a Dios y contribuyen a
la misión salvífica de la Iglesia según la manera peculiar que les es
propia" (CIC canon 207, § 2).
Para la reflexión
(C.I.C 1937) “Estas diferencias
pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que
necesita, y que quienes disponen de ‘talentos’ particulares comuniquen sus
beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia
obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la
comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras: “¿Es que
acaso distribuyo yo las diversas [virtudes] dándole a uno toda o dándole a este
una y al otro otra particular? […] A uno la caridad, a otro la justicia, a éste
la humildad, a aquél una fe viva [...] En cuanto a los bienes temporales, las
cosas necesarias para la vida humana las he distribuido con la mayor
desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era necesario
para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de practicar la caridad
unos con otros [...] He querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis
servidores para la distribución de las gracias y de las liberalidades que han
recibido de mí. (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina provvidenza, 7).
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