miércoles, 7 de noviembre de 2012
1R 8, 56-61 Sabrán todos los pueblos de la tierra que el Señor es Dios
56 «¡Bendito sea el Señor, que ha dado a su pueblo el
descanso, conforme a todo lo que había dicho! No ha caído por tierra ninguna de
las promesas que él hizo por medio de tu servidor Moisés. 57 ¡Que el Señor,
nuestro Dios, esté con nosotros como lo estuvo con nuestros padres, que no nos
abandone ni nos rechace! 58 ¡Que incline nuestro corazón hacia él, para que
vayamos por todos sus caminos y observemos sus mandamientos, sus preceptos y
sus leyes, que él dio a nuestros padres! 59 Que estas súplicas que yo he
pronunciado en presencia del Señor, nuestro Dios, estén presentes ante él día y
noche, para que haga justicia a su servidor y a su pueblo Israel, según la
necesidad de cada día. 60 Así sabrán todos los pueblos de la tierra que el
Señor es Dios, y no hay otro; 61 y el corazón de ustedes pertenecerá
íntegramente al Señor, nuestro Dios, para caminar según sus preceptos y
observar sus mandamientos, como en el día de hoy».
(C.I.C 2645)
Gracias a que Dios le bendice, el hombre en su corazón puede bendecir, a su
vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición. (C.I.C 2646) La oración de
petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier
necesidad verdadera. (C.I.C 2647) La oración de intercesión consiste en una petición
en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos. (C.I.C 2626)
La bendición expresa el movimiento de
fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el
don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de
bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice,
el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquél que es la fuente de toda
bendición. (C.I.C 2627) Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o
bien la oración asciende llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo
hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido (cf. Ef 1, 3-14;
2Co 1, 3-7; 1P 1, 3-9); o bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por
medio de Cristo, desciende de junto al Padre (es Él quien nos bendice; cf. 2Co
13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).
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