martes, 20 de noviembre de 2012
1R 21, 25-26 El cometió las peores abominaciones
25 No hubo realmente nadie que se haya prestado como
Ajab para hacer lo que es malo a los ojos del Señor, instigado por su esposa
Jezabel. 26 El cometió las peores abominaciones, yendo detrás de los ídolos,
como lo habían hecho los amorreos que el Señor había desposeído delante de los
israelitas.
(C.I.C
2538) El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso
estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que
sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico que, a pesar
de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera
(cf. 2S 12, 1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf. Gn 4,
3-7; 1R 21, 1-29). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf.
Sb 2, 24). “Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos
contra otros [...] Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a
dónde llegaremos? […] Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo [...] Nos
declaramos miembros de un mismo organismo y nos devoramos como lo harían las
fieras” (San Juan Crisóstomo, In
epistulam II ad Corinthios, homilia
27, 3-4: PG 61, 588).
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