lunes, 26 de noviembre de 2012
Ne 13, 4-11 ¿Por qué se ha descuidado la Casa de Dios?
4 Antes de esto,
Eliasib, el sacerdote encargado de las dependencias de la Casa de nuestro Dios,
un pariente de Tobías, 5 había acondicionado para este una habitación amplia,
donde antes se depositaban las ofrendas, el incienso, los utensilios, el diezmo
del trigo, del vino nuevo y del aceite fresco, o sea, lo que estaba mandado
para los levitas, los cantores y los porteros, y lo reservado para los
sacerdotes. 6 Mientras tanto, yo estaba ausente de Jerusalén, porque el
trigésimo segundo año de Artajerjes, rey de Babel, había ido a ver al rey. Al
cabo de un tiempo, con el permiso del rey, 7 volví a Jerusalén y me enteré de
la mala acción que había cometido Eliasib en beneficio de Tobías, al
acondicionarle una sala en el recinto de la Casa de Dios. 8 Esto me disgustó
muchísimo, y arrojé fuera de su habitación todo el mobiliario de la casa de
Tobías. 9 Luego mandé purificar las habitaciones e hice poner de nuevo allí los
utensilios de la Casa de Dios, las ofrendas y el incienso. 10 Supe también que
no se entregaban las porciones a los levitas, y que los levitas y cantores
encargados del culto se habían refugiado cada uno en su campo. 11 Entonces
encaré a los magistrados y les dije: «¿Por qué se ha descuidado la Casa de
Dios?». Luego reuní a los levitas y cantores y los restablecí en sus puestos.
(C.I.C 2635) Interceder, pedir en favor de otro, es,
desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En
el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es
la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca
"no su propio interés sino […] el de los demás" (Flp 2, 4), hasta
rogar por los que le hacen mal (Cf. San Esteban orando por sus verdugos, como
Jesús: Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).
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