jueves, 15 de noviembre de 2012
1R 19, 15-16 Vuelve por el mismo camino, hacia el desierto de Damasco
15 El Señor le dijo: «Vuelve por el mismo camino, hacia
el desierto de Damasco. Cuando llegues, ungirás a Jazael como rey de Aram. 16 A
Jehú, hijo de Nimsí, lo ungirás rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de
Abel Mejolá, lo ungirás profeta en lugar de ti.
(C.I.C 2584)
A solas con Dios, los profetas extraen luz y fuerza para su misión. Su oración
no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, es, a
veces un debatirse o una queja, y siempre una intercesión que espera y prepara
la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf. Am 7, 2. 5; Is 6,
5. 8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).
(C.I.C 436) Cristo viene de la
traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere decir
"ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque Él cumple
perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel
eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión
que habían recibido de Él. Este era el caso de
los reyes (cf. 1S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1R 1, 39), de los sacerdotes (cf.
Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas (cf. 1R 19, 16). Este
debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar
definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser
ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y sacerdote
(cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21).
Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de
sacerdote, profeta y rey.
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