jueves, 1 de noviembre de 2012
1R 8, 10-12 La gloria del Señor llenaba la Casa
I Reyes 8 - paginas
selectas
10 Mientras los sacerdotes salían del Santo, la nube
llenó la Casa del Señor, 11 de manera que los sacerdotes no pudieron continuar
sus servicios a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba la Casa. 12
Entonces Salomón dijo: «El Señor ha decidido habitar en la nube oscura.
(C.I.C 697)
La nube y la luz. Estos dos símbolos
son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías
del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al
Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria:
con Moisés en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión
(cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co
10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues
bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la
cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1,
35). En la montaña de la Transfiguración es Él
quien "vino en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a
Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la nube que
decía: Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es,
finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los
discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo
del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf. Lc 21, 27).
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