martes, 6 de noviembre de 2012
1R 8, 50-53 Perdona a tu pueblo los pecados que haya cometido contra ti
50 perdona a tu pueblo los pecados que haya cometido
contra ti y todas las rebeldías de las que se hizo culpable; concédeles que sus
enemigos se compadezcan de ellos, 51 porque son tu pueblo y tu herencia, la que
tú hiciste salir de Egipto, del horno de fuego. 52 Que tus ojos estén abiertos
a la súplica de tu servidor y de tu pueblo Israel, para escucharlos cada vez
que te invoquen, 53 porque tú los separaste para ti de entre todos los pueblos,
a fin de que fueran tu herencia, como lo dijiste tú mismo, Señor, por medio de
tu servidor Moisés, cuando hiciste salir de Egipto a nuestros padres».
(C.I.C
2610) Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir
sus dones, nos enseña esta audacia filial:
"todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido"
(Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo es posible para quien
cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21, 21). Tanto
como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret (Mc
6, 6) y la "poca fe" de sus discípulos (cf. Mt 8, 26), así se admira
ante la "gran fe" del centurión romano (cf. Mt 8, 10) y de la cananea
(cf. Mt 15, 28). (C.I.C 2611) La oración
de fe no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino en disponer
el corazón para hacer la voluntad del
Padre (cf. Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración
esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf. Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4,
34).
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