lunes, 12 de noviembre de 2012
1R 18, 30-39 «¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!»
30 Entonces Elías dijo a todo el pueblo: «¡Acérquense a
mí!». Todo el pueblo se acercó a él, y él restauró el altar del Señor que había
sido demolido: 31 tomó doce piedras, conforme al número de los hijos de Jacob,
a quien el Señor había dirigido su palabra, diciéndole: «Te llamarás Israel», 32
y con esas piedras erigió un altar al nombre del Señor. Alrededor del altar
hizo una zanja, como un surco para dos medidas de semilla. 33 Luego dispuso la
leña, despedazó el novillo y lo colocó sobre la leña. 34 Después dijo: «Llenen
de agua cuatro cántaros y derrámenla sobre el holocausto y sobre la leña». Así
lo hicieron. El añadió: «Otra vez». Lo hicieron por segunda vez, y él insistió:
«Una vez más». Lo hicieron por tercera vez. 35 El agua corrió alrededor del
altar, y hasta la zanja se llenó de agua. 36 A la hora en que se ofrece la
oblación, el profeta Elías se adelantó y dijo: «¡Señor, Dios de Abraham, de
Isaac y de Israel! Que hoy se sepa que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu
servidor y que por orden tuya hice todas estas cosas. 37 Respóndeme, Señor,
respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que eres
tú el que les ha cambiado el corazón». 38 Entonces cayó el fuego del Señor:
Abrazó el holocausto, la leña, las piedras y la tierra, y secó el agua de la
zanja. 39 Al ver esto, todo el pueblo cayó con el rostro en tierra y dijo: «¡El
Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!».
(C.I.C
696) El fuego. Mientras que el agua
significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo,
el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.
El profeta Elías que "surgió […] como el fuego y cuya palabra abrasaba
como antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre
el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1R 18, 38-39), figura del fuego del
Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, "que precede al
Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo
como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16),
Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre la tierra y
¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). En forma de
lenguas "como de fuego", se posó el Espíritu Santo sobre los
discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La
tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más
expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No extingáis
el Espíritu"(1Ts 5, 19).
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