lunes, 19 de octubre de 2015
534. ¿Qué es la oración? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 534
- repetición) La oración es la elevación del alma a Dios o la
petición al Señor de bienes conformes a su voluntad. La oración es siempre un
don de Dios que sale al encuentro del hombre. La oración cristiana es relación
personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su
Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones.
Resumen
(C.I.C 2590)
"La oración es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de
bienes convenientes" (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide
orthodoxa 3, 24]: PG: 94, 1089).
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2560)
"Si conocieras el don de Dios" (Jn 4, 10). La maravilla de la oración
se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua:
allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el
que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las
profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el
encuentro de la sed de Dios y de sed del hombre. Dios tiene sed de que el
hombre tenga sed de Él (San Agustín, De
diversis quaestionibus octoginta tribus, 64, 4: PL 40, 56).
Para la reflexión
(C.I.C 2561)
"Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva" (Jn 4,
10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a
la queja del Dios vivo: "A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para
hacerse cisternas, cisternas agrietadas" (Jr 2, 13), respuesta de fe a la
promesa gratuita de salvación (cf. Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de
amor a la sed del Hijo único (cf. Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1). (C.I.C 2564) La
oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo.
Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros,
dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de
Dios hecho hombre. (C.I.C 2566) El hombre
busca a Dios. Por la creación Dios llama a todo ser desde la nada a la
existencia. Coronado de gloria y esplendor (Sal 8, 6), el hombre es, después de
los ángeles, capaz de reconocer "¡qué glorioso es el Nombre del Señor por
toda la tierra!" (Sal 8, 2). Incluso después de haber perdido, por su
pecado, su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador.
Conserva el deseo de Aquél que le llama a la existencia. Todas las religiones
dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres (cf. Hch. 17, 27).
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