viernes, 9 de octubre de 2015
528. ¿Qué prohíbe el noveno mandamiento?
(Compendio
528) El noveno mandamiento prohíbe consentir pensamientos y deseos relativos a
acciones prohibidas por el sexto mandamiento.
Resumen
(C.I.C 2531) La
pureza del corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora la capacidad
de ver según Dios todas las cosas. (C.I.C 2532) La purificación del corazón es
imposible sin la oración, la práctica de la castidad y la pureza de intención y
de mirada.
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2517) El
corazón es la sede de la personalidad moral: ‘de dentro del corazón salen las
intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones’ (Mt 15, 19). La lucha
contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón:
“Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que
ignoran el mal destructor de la vida de los hombres” (Hermas, Pastor 27, 1 (mandatum 2, 1) SC 53, 146). (C.I.C 2518) La sexta bienaventuranza
proclama: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a
Dios" (Mt 5,8). Los "corazones limpios" designan a los que han
ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios,
principalmente en tres dominios: la caridad (cf. 1Tm 4, 3-9; 2Tm 2 ,22), la
castidad o rectitud sexual (cf. 1Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la
verdad y la ortodoxia de la fe (cf. Tt 1, 15; 1Tm 3-4; 2Tm 2, 23-26). Existe un
vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y de la fe: Los fieles deben
creer los artículos del Símbolo ‘para que, creyendo, obedezcan a Dios;
obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando
su corazón, comprendan lo que creen’ (San Agustín, De fide et symbolo, 10, 25: PL 40, 196).
Para la reflexión
(C.I.C 2519) A los
‘limpios de corazón’ se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán
semejantes a Él (cf. 1Co 13, 12, 1Jn 3, 2). La
pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos
concede ver según Dios, recibir al
otro como un ‘prójimo’; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y
el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la
belleza divina.
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