sábado, 17 de octubre de 2015
533. ¿Cuál es el mayor deseo del hombre?
(Compendio
533) El mayor deseo del hombre es ver a Dios. Éste es el grito de todo su ser:
«¡Quiero ver a Dios!». El hombre, en efecto, realiza su verdadera y plena
felicidad en la visión y en la bienaventuranza de Aquel que lo ha creado por
amor, y lo atrae hacia sí en su infinito amor. «El que ve a Dios obtiene
todos los bienes que se pueden concebir» (San Gregorio de Nisa).
Resumen
(C.I.C 2557) El
hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios es
saciada por el agua de la vida eterna (cf. Jn 4,14).
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2548) El
deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los
bienes de este mundo, y tendrá su plenitud en la visión y la bienaventuranza de
Dios. ‘La promesa [de ver a Dios] supera toda felicidad […] En la Escritura,
ver es poseer […]. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden
concebir’ (San Gregorio de Nisa, De
beatitudinibus, oratio 6: Gregorii
Nysseni opera: PG 44, 1265). (C.I.C 2549) Corresponde, por tanto, al pueblo
santo luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios
promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos mortifican sus
concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y
del poder.
Para la reflexión
(C.I.C 2550) En
este camino hacia la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quien les
escucha (cf. Ap 22, 17) a la comunión perfecta con Dios: “Allí se dará la
gloria verdadera; nadie será alabado allí por error o por adulación; los
verdaderos honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a
los indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores, pues allí
sólo serán admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde nadie
experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud
será Dios mismo, que ha dado la virtud y se prometió a ella como la recompensa
mejor y más grande que puede existir […]: "Yo seré su Dios, y ellos serán
mi pueblo" (Lv 26, 12) [...] Este es también el sentido de las palabras
del apóstol: "para que Dios sea todo en todos" (1Co 15, 28). El será
el fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin
saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación serán
ciertamente, como la vida eterna, comunes a todos” (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30: PL 41,
801-802).
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