sábado, 10 de octubre de 2015
529. ¿Cómo se llega a la pureza del corazón?
(Compendio
529) El bautizado, con la gracia de Dios y luchando contra los deseos
desordenados, alcanza la pureza del corazón mediante la virtud y el don de la
castidad, la pureza de intención, la pureza de la mirada exterior e interior,
la disciplina de los sentimientos y de la imaginación, y con la oración.
Resumen
(C.I.C 2532) La
purificación del corazón es imposible sin la oración, la práctica de la
castidad y la pureza de intención y de mirada.
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2520) El
Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los
pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de la
carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue – mediante
la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón
recto e indiviso; – mediante la pureza de
intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre: con una
mirada limpia el bautizado se afana por encontrar y realizar en todo la
voluntad de Dios (cf. Rm. 12, 2; Col 1, 10); – mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina de
los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los
pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos
divinos: ‘la vista despierta la pasión de los insensatos’ (Sb 15, 5); –
mediante la oración: “Creía que la
continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo
tan necio que no entendía lo que estaba escrito: […] que nadie puede ser
continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior
gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado” (San
Agustín, Confessiones, 6, 11, 20; PL
32, 729-730).
Para la reflexión
(C.I.C 2849) Pues
bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio
de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf. Mt 4,
11) y en el último combate de su agonía (cf. Mt 26, 36-44). En esta petición a
nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del
corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf. Mc 13, 9. 23.
33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda del corazón",
y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre" (cf. Jn 17, 11).
El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf.
1Co 16, 13; Col 4, 2; 1Ts 5, 6; 1P 5, 8). Esta petición adquiere todo su
sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la
tierra; pide la perseverancia final.
"Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16,
15).
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