sábado, 22 de agosto de 2015
506. ¿Qué otras cosas prescribe el séptimo mandamiento?
(Compendio 506)
El séptimo mandamiento prescribe el respeto a los bienes ajenos mediante la
práctica de la justicia y de la caridad, de la templanza y de la solidaridad.
En particular, exige el respeto a las promesas y a los contratos estipulados;
la reparación de la injusticia cometida y la restitución del bien robado; el
respeto a la integridad de la Creación, mediante el uso prudente y moderado de
los recursos minerales, vegetales y animales del universo, con singular
atención a las especies amenazadas de extinción.
Resumen
(C.I.C 2451) El
séptimo mandamiento prescribe la práctica de la justicia y de la caridad en el
uso de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres.
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2407) En
materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la
virtud de la templanza, para moderar
el apego a los bienes de este mundo; de la justicia,
para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y
según la generosidad del Señor, que ‘siendo rico, por vosotros se hizo pobre a
fin de que os enriquecierais con su pobreza’ (cf. 2Co 8, 9). (C.I.C 1809) La templanza
es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el
equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad
sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La
persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana
discreción y no se deja arrastrar ‘para seguir la pasión de su corazón’ (Si
5,2; cf. 37, 27-31). La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento:
‘No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena’ (Si 18, 30). En el Nuevo
Testamento es llamada ‘moderación’ o ‘sobriedad’. Debemos ‘vivir con
moderación, justicia y piedad en el siglo presente’ (Tt 2, 12). “Nada hay para
el sumo bien como amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda
la mente, […] lo cual preserva de la corrupción y de la impureza del amor, que
es lo proprio de la templanza; lo que hace invencible a todas la incomodidades,
que es lo proprio de la fortaleza; lo que le hace renunciar a todo otro
vasallaje, que es lo proprio de la justicia, y, finalmente, lo que le hace
estar siempre en guardia para discernir las cosa y no dejarse engañar suvbrepticiamente por la mentira y la
falacia, lo que es proprio de la prudencia” (San
Agustín, De moribus Ecclesiae Catholicae,
1, 25, 46: PL 32, 1330-1331).
Para la reflexión
(C.I.C 1807) La justicia
es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios
y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada ‘la
virtud de la religión’. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar
los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía
que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre
justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la
rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. ‘Siendo
juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con
justicia juzgarás a tu prójimo’ (Lv 19, 15). ‘Amos, dad a vuestros esclavos lo
que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo
en el cielo’ (Col 4, 1).
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