martes, 11 de agosto de 2015
499. ¿Por qué son inmorales la inseminación y la fecundación artificial?
(Compendio
499) La inseminación y la fecundación artificial son inmorales, porque disocian
la procreación del acto conyugal con el que los esposos se entregan mutuamente,
instaurando así un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de
la persona humana. Además, la inseminación y la fecundación heterólogas,
mediante el recurso a técnicas que implican a una persona extraña a la pareja
conyugal, lesionan el derecho del hijo a nacer de un padre y de una madre
conocidos por él, ligados entre sí por matrimonio y poseedores exclusivos del
derecho a llegar a ser padre y madre solamente el uno a través del otro.
Resumen
(C.I.C 2374)
Grande es el sufrimiento de los esposos que se descubren estériles. Abraham pregunta
a Dios: ‘¿Qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?’ (Gn 15, 2). Y Raquel dice
a su marido Jacob: ‘Dame hijos, o si no me muero’ (Gn 30, 1).
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2375) Las
investigaciones que intentan reducir la esterilidad humana deben alentarse, a
condición de que se pongan ‘al servicio de la persona humana, de sus derechos
inalienables, de su bien verdadero e integral, según el plan y la voluntad de
Dios’ (Donum vitae, Introducción, 2).
(C.I.C 2376) Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por
intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del
óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas
(inseminación y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho del
niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el
matrimonio. Quebrantan ‘su derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente
el uno a través del otro’ (Donum vitae,
2, 4).
Para la reflexión
(C.I.C 2377)
Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas [inseminación y fecundación
artificiales homólogas] son quizá menos perjudiciales, pero no dejan de ser
moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador. El acto
fundador de la existencia del hijo ya no es un acto por el que dos personas se
dan una a otra, sino que ‘confía la vida y la identidad del embrión al poder de
los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el
origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación de dominio es
en sí contraria a la dignidad e igualdad que debe ser común a padres e hijos’
(cf. Donum vitae, 2, 5). ‘La
procreación queda privada de su perfección propia, desde el punto de vista
moral, cuando no es querida como el fruto del acto conyugal, es decir, del
gesto específico de la unión de los esposos [...] solamente el respeto de la
conexión existente entre los significados del acto conyugal y el respeto de la
unidad del ser humano, consiente una procreación conforme con la dignidad de la
persona’ (Donum vitae, 2, 4).
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