domingo, 9 de febrero de 2014
91. ¿Cómo concordaban las dos voluntades del Verbo encarnado?
(Compendio 91) Jesús tenía una voluntad
divina y una voluntad humana. En su vida terrena, el Hijo de Dios ha querido
humanamente lo que Él ha decidido divinamente junto con el Padre y el Espíritu
Santo para nuestra salvación. La voluntad humana de Cristo sigue, sin oposición
o resistencia, su voluntad divina, y está subordinada a ella.
Resumen
(C.I.C 482) Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero
hombre, tien e una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de
acuerdo y sometidas a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en
común con el Padre y el Espíritu Santo.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 474) Debido a su unión con la Sabiduría divina en la
persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en
plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf.
Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este
campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf.
Hch 1, 7). (C.I.C 475) De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto
Concilio Ecuménico que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales,
divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho
carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente lo que Él ha decidido divinamente con el Padre y el
Espíritu Santo para nuestra salvación (III Concilio
de Constantinopla (año 681): DS 556-559). La voluntad humana de Cristo
"sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino
todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente" (III Concilio de Constantinopla: DS 556).
Para la reflexión
(C.I.C 2824) En Cristo, y por medio de su voluntad humana,
la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús
dijo al entrar en el mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu
voluntad" (Hb 10, 7; cf. Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago
siempre lo que le agrada a Él" (Jn 8, 29). En la oración de su agonía,
acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi voluntad sino la tuya"
(Lc 22, 42; cf. Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús "se entregó
a sí mismo por nuestros pecados […] según la voluntad de Dios" (Ga 1, 4).
"Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de
una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10).
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