domingo, 2 de febrero de 2014
84. ¿Qué significa el título de «Señor»?
(Compendio 84) En la Biblia, el título
de «Señor» designa ordinariamente al Dios soberano. Jesús se lo atribuye a sí
mismo, y revela su soberanía divina mediante su poder sobre la naturaleza,
sobre los demonios, sobre el pecado y sobre la muerte, y sobre todo con su
Resurrección. Las primeras confesiones de fe cristiana proclaman que el poder,
el honor y la gloria que se deben a Dios Padre se le deben también a Jesús:
Dios «le ha dado el nombre sobre todo nombre» (Flp 2, 9). Él es el Señor del
mundo y de la historia, el único a quien el hombre debe someter de modo
absoluto su propia libertad personal.
Resumen
(C.I.C 455) El nombre de Señor significa la soberanía
divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad
"Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del
Espíritu Santo"(1Co 12, 3).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 446) En la traducción griega de los libros del
Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf.
Ex 3, 14), YHWH, es traducido por Kyrios
["Señor"]. Señor se
convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad
misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el
título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la
novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1Co 2,8). (C.I.C 447) El
mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los
fariseos sobre el sentido del Salmo 110 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2,
34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus Apóstoles
(cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre
la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el
pecado, demostraban su soberanía divina. (C.I.C 448) Con mucha frecuencia, en
los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole
"Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se
acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15,
22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del
misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús
resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20,
28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio
de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7). (C.I.C 450)
Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús
sobre el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también reconocer
que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún
poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el
"Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). "La Iglesia cree que la
clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y
Maestro" (Gaudium et spes, 10;
cf. 45).
Para la reflexión
(C.I.C 449) Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor,
las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf.
Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen
también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque el es de
"condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre manifestó esta soberanía de
Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo en su gloria (cf. Rm 10,
9;1 Co 12, 3; Flp 2,11). (C.I.C 451) La
oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la
invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su
conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación
llena de confianza y de esperanza: Maran
atha ("¡el Señor viene!") o Marana
tha ("¡Ven, Señor!") (1Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor
Jesús!" (Ap 22, 20).
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