miércoles, 26 de febrero de 2014
105. ¿Por qué Jesús recibe de Juan el «Bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (Lc 3, 3)?
105. ¿Por qué Jesús recibe de Juan el
«Bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (Lc 3, 3)?
(Compendio 105) Jesús recibe de Juan el Bautismo de
conversión para inaugurar su vida pública y anticipar el «Bautismo» de su
Muerte; y aunque no había en Él pecado alguno, Jesús, «el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29), acepta ser contado entre los pecadores.
El Padre lo proclama su «Hijo predilecto» (Mt 3, 17), y el Espíritu viene a
posarse sobre Él. El Bautismo de Jesús es la prefiguración de nuestro bautismo.
Resumen
(C.I.C 565) Desde el comienzo de su vida pública, en su
bautismo, Jesús es el "Siervo" enteramente consagrado a la obra
redentora que llevará a cabo en el "bautismo" de su pasión.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 535) El comienzo (cf. Lc 3, 23) de la vida pública de
Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán (cf. Hch 1, 22). Juan proclamaba
"un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Lc 3, 3).
Una multitud de pecadores, publicanos y soldados (cf. Lc 3, 10-14), fariseos y
saduceos (cf. Mt 3, 7) y prostitutas (cf. Mt 21, 32) viene a hacerse bautizar
por él. "Entonces aparece Jesús". El Bautista duda. Jesús insiste y
recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre
Jesús, y la voz del cielo proclama que él es "mi Hijo amado" (Mt 3,
13-17). Es la manifestación ("Epifanía") de Jesús como Mesías de
Israel e Hijo de Dios. (C.I.C 536) El bautismo de Jesús es, por su parte, la
aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar
entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya "el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa ya el "bautismo" de su
muerte sangrienta (cf. Mc 10, 38; Lc 12, 50). Viene ya a "cumplir toda
justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su
Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros
pecados (cf. Mt 26, 39). A esta aceptación responde la voz del Padre que pone
toda su complacencia en su Hijo (cf. Lc 3, 22; Is 42, 1). El Espíritu que Jesús
posee en plenitud desde su concepción viene a "posarse" sobre él (Jn
1, 32-33; cf. Is 11, 2). De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En
su bautismo, "se abrieron los cielos" (Mt 3, 16) que el pecado de Adán
había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del
Espíritu como preludio de la nueva creación.
Para la reflexión
(C.I.C 537) Por el Bautismo, el cristiano se asimila
sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su
resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de
arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del
agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y
"vivir una vida nueva" (Rm 6, 4): “Enterrémonos con Cristo por el
Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él;
ascendamos con él para ser glorificados con él” (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40, 9: PG 36, 369). “Todo lo que
aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo
desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz
del Padre, llegamos a ser hijos de Dios” (San Hilario de Poitiers, In Evangelium Matthaei 2, 6: Pl 9, 927).
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