miércoles, 5 de febrero de 2014
87. ¿De qué modo Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre?
(Compendio 87) En la unidad de su
Persona divina, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, de manera
indivisible. Él, Hijo de Dios, «engendrado, no creado, de la misma naturaleza
del Padre», se ha hecho verdaderamente hombre, hermano nuestro, sin dejar con
ello de ser Dios, nuestro Señor.
Resumen
(C.I.C 464) El acontecimiento único y totalmente singular de
la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y
en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino
y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre
sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero
hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de fe durante los
primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 465) Las primeras herejías negaron menos la divinidad
de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época
apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de
Dios, "venido en la carne" (cf. 1Jn 4, 2-3; 2Jn 7). Pero desde el
siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un
concilio reunido en Antioquía, que Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y
no por adopción. El primer concilio ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó
en su Credo que el Hijo de Dios es "engendrado, no creado, de la misma
substancia [homousion] que el Padre" (Símbolo
Niceno: DS 125) y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de Dios
salió de la nada" (Concilio de Nicea: DS 130) y que sería "de una
substancia distinta de la del Padre" (Símbolo
Niceno: DS 126). (C.I.C 466) La herejía nestoriana veía en Cristo una
persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella san Cirilo
de Alejandría y el tercer Concilio Ecuménico reunido en Éfeso, en el año 431, confesaron que "el Verbo, al unirse en
su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre" (Concilio
de Éfeso: DS 250). La humanidad de Cristo no
tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y
hecho suya desde su concepción. Por eso el concilio de Éfeso
proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios
mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios,
no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino
porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional
[…] unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la
carne" (Concilio de Éfeso: DS 251).
Para la reflexión
(C.I.C 469) La Iglesia confiesa así que Jesús es
inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre. Él
es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y
eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor: "Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit" ("Sin
dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era"), canta la liturgia
romana (Solemnidad de la Santísima Virgen
María Madre de Dios, Antífona al “Benedictus”: Liturgia de las Horas; cf. San León Magno, Sermo 21, 2: PL 54, 192). Y la liturgia de san Juan Crisóstomo
proclama y canta: "¡Oh Hijo Unico y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal,
te dignaste, para salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre
Virgen María. Tú, Cristo Dios, sin sufrir cambio te hiciste hombre y, en la
cruz, con tu muerte venciste la muerte. Tú, Uno de la Santísima Trinidad,
glorificado con el Padre y el Santo Espíritu, ¡sálvanos! (Oficio Bizantino de las Horas, Himno O’ Monogenés: “Horológion tò
Méga”).
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