domingo, 15 de abril de 2012
Gn 3,8-10 Se ocultaron de él
8 Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el
jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles
del jardín. 9 Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?». 10
«Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo.
Por eso me escondí».
(C.I.C 27) El deseo
de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado
por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en
Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: “La razón
más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión
con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues
no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por
amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor
y se entrega a su Creador” (Gaudium et
spes, 19). (C.I.C 29) Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (Gaudium et spes, 19) puede ser olvidada,
desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes
pueden tener orígenes muy diversos (cf. Gaudium
et spes, 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la
indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13, 22),
el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la
religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta
de Dios (cf. Gn 3, 8-10) y huye ante su llamada (cf. Jn 1, 3).
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