lunes, 2 de abril de 2012
Gn 2,8-14 Dios plantó un jardín en Edén
8 El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y
puso allí al hombre que había formado. 9 Y el Señor Dios hizo brotar del suelo
toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para
comer; hizo brotar el árbol del conocimiento del bien y del mal. 10 De Edén
nace un río que riega el jardín, y desde allí se divide en cuatro brazos. 11 El
primero se llama Pisón: es el que recorre toda la región de Javilá, donde hay
oro. 12 El oro de esa región es excelente, y en ella hay también bedelio y
lapislázuli. 13 El segundo río se llama Guijón: es el que recorre toda la
tierra de Cus. 14 El tercero se llama Tigris: es el que pasa al este de Asur.
El cuarto es el Eufrates.
(C.I.C 378) Signo de
la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín (cf. Gn
2,8). Vive allí "para cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2,15): el
trabajo no le es penoso (cf. Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del
hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible.
(C.I.C 377) El "dominio" del mundo que Dios había concedido al hombre
desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo como dominio de sí. El hombre estaba íntegro
y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cf. 1Jn
2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los
bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón.
(C.I.C 374) El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también
constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la
creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que
por la gloria de la nueva creación en Cristo. (C.I.C 375) La Iglesia,
interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz
del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres
Adán y Eva fueron constituidos en un estado "de santidad y de justicia
original" (Concilio de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad
original era una "participación de la vida divina" (Lumen gentium, 2). (C.I.C 376) Por la
irradiación de esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban
fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía
ni morir (cf. Gn 2,17; 3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la
persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer (cf. Gn 2, 25), y, por
último, la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el
estado llamado "justicia original".
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