martes, 24 de abril de 2012
Gn 3,23 Trabajara la tierra de la que había sido sacado
23 Entonces expulsó al hombre del jardín de Edén, para
que trabajara la tierra de la que había sido sacado.
(C.I.C 2428) En el
trabajo, la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en
su naturaleza. El valor primordial del trabajo pertenece al hombre mismo, que
es su autor y su destinatario. El trabajo es para el hombre y no el hombre para
el trabajo (cf. Laborem exercens, 6).
Cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la
de los suyos, y para prestar servicio a la comunidad humana. (C.I.C 311) Los
ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su
destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden
desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el
mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico.
Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal
moral (cf. San Agustín, De libero
arbitrio, 1, 1, 1: PL 32, 1221-1223; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, 79, 1). Sin
embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente,
sabe sacar de él el bien: “Porque el Dios todopoderoso [...] por ser
soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si
Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del
mismo mal” (San Agustín, Enchiridion de
fide, spe et caritate, 3, 11: PL 40, 236).
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