martes, 10 de abril de 2012
Gn 2,24 Y los dos llegan a ser una sola carne
24 Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se
une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.
(C.I.C 1644) El amor de los esposos exige, por su misma
naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que
abarca la vida entera de los esposos: "De manera que ya no son dos sino
una sola carne" (Mt 19,6; cf. Gn 2,24). "Están llamados a crecer
continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa
matrimonial de la recíproca donación total" (Familiaris Consortio, 19). Esta comunión humana es confirmada,
purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo dada mediante el
sacramento del Matrimonio. Se profundiza por la vida de la fe común y por la
Eucaristía recibida en común. (C.I.C 2334) ‘Creando al hombre «varón y mujer»,
Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer’ (Familiaris Consortio, 22; Gaudium et Spes, 49). ‘El hombre es una
persona, y esto se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque los
dos fueron creados a imagen y semejanza de un Dios personal’ (Mulieris Dignitatem, 6). (C.I.C 2335)
Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera
distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de
imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador: ‘El hombre deja
a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne’ (Gn 2,
24). De esta unión proceden todas las generaciones humanas (cf. Gn 4,
1-2.25-26; 5, 1).
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