sábado, 7 de abril de 2012
Gn 2,21-23 Se llamará Mujer
21 Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un
profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con
carne el lugar vacío. 22 Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el
Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. 23 El hombre exclamó:
«¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer,
porque ha sido sacada del hombre».
(C.I.C 372) El hombre
y la mujer están hechos "el uno para el otro": no que Dios los haya
hecho "a medias" e "incompletos"; los ha creado para una
comunión de personas, en la que cada uno puede ser "ayuda" para el
otro porque son a la vez iguales en cuanto personas ("hueso de mis
huesos...") y complementarios en cuanto masculino y femenino. En el
matrimonio, Dios los une de manera que, formando "una sola carne" (Gn
2,24), puedan transmitir la vida humana: "Sed fecundos y multiplicaos y
llenad la tierra" (Gn 1,28). Al trasmitir a sus descendientes la vida
humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera
única en la obra del Creador (cf. Gaudium
et spes, 50). (C.I.C 373) En el plan de Dios, el hombre y la mujer están
llamados a "someter" la tierra (Gn 1,28) como
"administradores" de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio
arbitrario y destructor. A imagen del Creador, "que ama todo lo que
existe" (Sb 11,24), el hombre y la mujer son llamados a participar en la providencia
divina respecto a las otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al
mundo que Dios les ha confiado.
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