miércoles, 4 de abril de 2012
Gn 2,16-17 De él no deberás comer
16 Y le dio esta orden: «Puedes comer de todos los
árboles que hay en el jardín, 17 exceptuando únicamente el árbol del
conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo
hagas quedarás sujeto a la muerte».
(C.I.C 369) El hombre
y la mujer son creados, es decir, son
queridos por Dios: por una parte, en
una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser
respectivo de hombre y de mujer. "Ser hombre", "ser mujer"
es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una
dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador (cf.
Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, "imagen de
Dios". En su "ser-hombre" y su "ser-mujer" reflejan la
sabiduría y la bondad del Creador. (C.I.C 1008) La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las
afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf. Gn 2, 17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm
5, 12; 6, 23) y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la
muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. Concilio de Trento:
DS 1511). Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a
no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y
entró en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La
muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera
pecado" (Gaudium et spes, 18), es
así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido (cf. 1Co 15,
26).
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