miércoles, 29 de noviembre de 2017
Comentario CIC al YouCat Pregunta n. 226
(Respuesta YouCat) Si bien el Bautismo nos arranca del
poder del pecado y de la muerte y nos introduce en la nueva vida de los hijos
de Dios, no nos libra de la debilidad humana y de la inclinación al pecado. Por
eso necesitamos un lugar en el que podamos reconciliarnos continuamente de
nuevo con Dios. Esto es la confesión.
Reflecciones y puntos
a profundizar (Comentario CIC) (C.I.C 1425)
"Habéis sido lavados […], habéis sido santificados, […] habéis sido
justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro
Dios" (1Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios
que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender
hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha
revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol San Juan dice también:
"Si decimos: ‘no tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en
nosotros" (1Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona
nuestras ofensas" (Lc 11,4), uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas
al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.
Para meditar
(Comentario
YouCat) Confesarse
parece no estar de moda. Quizá sea difícil y al principio cueste un gran
esfuerzo. Pero es una de las mayores gracias que podamos comenzar siempre de
nuevo en nuestra vida, realmente de nuevo: totalmente libres de cargas y sin
las hipotecas del pasado, acogidos en el amor y equipados con una fuerza nueva.
Dios es misericordioso, y no desea nada más ardientemente que el que nosotros
nos acojamos a su misericordia. Quien se ha confesado abre una nueva página en
blanco en el libro de su vida.
(Comentario CIC) (C.I.C 1426)
La conversión a Cristo, el nuevo
nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de
Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante
él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e
inmaculada ante Él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la
iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza
humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que
sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la
gracia de Dios (cf. Concilio de Trento: DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la
vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf. Concilio de Trento: DS
1545; Lumen gentium, 40).
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