viernes, 11 de abril de 2014
139. ¿Con qué símbolos se representa al Espíritu Santo? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 139 repetición) Son
numerosos los símbolos con los que se representa al Espíritu Santo: el agua
viva, que brota del corazón traspasado de Cristo y sacia la sed de los
bautizados; la unción con el óleo, que es signo sacramental de la Confirmación;
el fuego, que transforma cuanto toca; la nube oscura y luminosa, en la que se
revela la gloria divina; la imposición de manos, por la cual se nos da el
Espíritu; y la paloma, que baja sobre Cristo en su bautismo y permanece en Él.
Resumen
(C.I.C 743) Desde el comienzo y hasta de la consumación de
los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión
de ambos es conjunta e inseparable.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 696) El fuego.
Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada
en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos
del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió […] como el fuego y cuya
palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el
fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1R 18, 38-39),
figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista,
"que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1,
17), anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el
fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer
fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!" (Lc
12, 49). En forma de lenguas "como de fuego", se posó el Espíritu
Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2,
3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de
los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No extingáis
el Espíritu"(1Ts 5, 19).
Para la reflexión
(C.I.C 697) La nube y
la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del
Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces
oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo
sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf.
Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha
por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación
del Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por
Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien
desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que
ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la Transfiguración
es Él quien "vino en una nube y cubrió
con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y
"se oyó una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido,
escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que
"ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión
(Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su
Advenimiento (cf. Lc 21, 27). (Continua)
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