lunes, 7 de abril de 2014
136. ¿Qué quiere decir la Iglesia cuando confiesa: «Creo en el Espíritu Santo»?
(Compendio 136) Creer en el Espíritu Santo es profesar la
fe en la tercera Persona de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y del
Hijo y «que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria». El
Espíritu Santo «ha sido enviado a nuestros corazones» (Ga 4, 6), a fin de que
recibamos la nueva vida de hijos de Dios.
Resumen
(C.I.C 685) Creer en el Espíritu Santo es, por tanto,
profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad
Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración gloria". Por eso se ha hablado del misterio divino
del Espíritu Santo en la "teología trinitaria”, en tanto que aquí no se
tratará del Espíritu Santo sino en la "Economía" divina.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 683) "Nadie puede decir: "¡Jesús es
Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1Co 12, 3). "Dios
ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este
conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en
contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el
Espíritu Santo. Él es quien nos precede y
despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe,
la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos
comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia: El
Bautismo “nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su
Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios
son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre,
y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es
posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre,
porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios
se logra por el Espíritu Santo” (San Ireneo de Lyon, Demonstratio praedicationis apostolicae, 7).
Para la reflexión
(C.I.C 684) El Espíritu Santo con su gracia es el
"primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva
que es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado,
Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el "último" en la
revelación de las personas de la Santísima Trinidad. San Gregorio Nacianceno,
"el Teólogo", explica esta progresión por medio de la pedagogía de la
"condescendencia" divina: “El Antiguo Testamento proclamaba muy
claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al
Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho
de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En
efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre,
proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún
admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una
expresión un poco atrevida... Así por avances y progresos "de gloria en
gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez
más espléndidos” (San Gregorio Nacianceno, Oratio
31 (Theologica 5), 26: PG 36, 161-164). (C.I.C 686) El Espíritu Santo coopera
con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y
hasta su consumación. Pero es en los "últimos tiempos", inaugurados
con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es
dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces, este designio divino,
que se consuma en Cristo, "primogénito" y Cabeza de la nueva
creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado: la
Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección
de la carne, la vida eterna.
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