domingo, 29 de septiembre de 2013
Mi 4, 1-4 De Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra del Señor
1 Sucederá al fin
de los tiempos que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la
cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Los pueblos
afluirán hacia ella 2 y acudirán naciones numerosas, que dirán: «¡Vengan,
subamos a la Montaña del Señor y a la Casa del Dios de Jacob! El nos instruirá
en sus caminos y caminaremos por sus sendas». Porque de Sión saldrá la Ley y de
Jerusalén, la palabra del Señor. 3 El será juez entre pueblos numerosos y
árbitro de naciones poderosas, hasta las más lejanas. Con sus espadas forjarán
arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra
otra ni se adiestrarán más para la guerra. 4 Cada uno se sentará bajo su parra
y bajo su higuera, sin que nadie lo perturbe, porque ha hablado la boca del
Señor de los ejércitos.
(C.I.C 762) La preparación
lejana de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a
quien Dios promete que llegará a ser Padre de un gran pueblo (cf Gn 12, 2; 15,
5-6). La preparación inmediata comienza con la elección de Israel como pueblo
de Dios (cf Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su elección, Israel debe ser el signo de
la reunión futura de todas las naciones (cf Is 2, 2-5; Mi 4, 1-4). Pero ya los
profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una
prostituta (cf Os 1; Is 1, 2-4; Jr 2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva
y eterna (cf. Jr 31, 31-34; Is 55, 3). "Jesús instituyó esta nueva
alianza" (Lumen gentium, 9).
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