lunes, 23 de septiembre de 2013
Am 8, 10 Cambiaré sus fiestas en duelo
10 cambiaré sus fiestas en duelo y todos sus cantos en
lamentaciones; haré que todos se ciñan un sayal y que se rapen todas las
cabezas; haré que estén de duelo como por un hijo único, y su final será como
un día de amargura.
(C.I.C 2449) En el Antiguo Testamento, toda una serie de
medidas jurídicas (año jubilar, prohibición del préstamo a interés, retención
de la prenda, obligación del diezmo, pago cotidiano del jornalero, derecho de
rebusca después de la vendimia y la siega) corresponden a la exhortación del
Deuteronomio: ‘Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy
yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquél de los tuyos que
es indigente y pobre en tu tierra’ (Dt 15, 11). Jesús hace suyas estas
palabras: ‘Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me
tendréis’ (Jn 12, 8). Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos
antiguos: ‘comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de
sandalias [...]’ (Am 8, 6), sino que nos invita a reconocer su presencia en los
pobres que son sus hermanos (cf. Mt 25, 40): El día en que su madre le
reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, santa Rosa de Lima le
contestó: ‘Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No
debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a
Jesús’ (P. Hansen, Vita mirabilis […] venerabilis
sororis Rosae de Sancta Maria Limensis (Roma 1664) p. 200).
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