domingo, 8 de septiembre de 2013

Dn 10, 9-12 Delante de tu Dios, fueron oídas tus palabras



(Dn 10, 9-12) Delante de tu Dios, fueron oídas tus palabras

9 Yo oí el sonido de sus palabras y, al oírlo, caí en trance con el rostro en tierra. 10 De pronto, una mano me tocó y me hizo poner, temblando, sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. 11 Luego me dijo: «Daniel, hombre predilecto, fíjate en las palabras que voy a decirte, y ponte de pie en el lugar donde estás, porque ahora yo he sido enviado a ti». Y mientras medecía estas palabras, yo me puse de pie, temblando. 12 El me dijo: «No temas, Daniel, porque desde el primer día en que te empeñaste en comprender y en humillarte delante de tu Dios, fueron oídas tus palabras, y yo he venido a causa de ellas.
(C.I.C 2259) La Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín (Cf. Gn 4, 8-12), revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. El hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta la maldad de este fratricidio: ‘¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano’ (Gn 4, 10-11). 

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