viernes, 27 de septiembre de 2013
Jon 2, 3-10 Cuando mi alma desfallecía me acordé del Señor
3 diciendo: «Desde
mi angustia invoqué al Señor, y él me respondió; desde el seno del Abismo, pedí
auxilio, y tú escuchaste mi voz. 4 Tú me arrojaste a lo más profundo, al medio
del mar: la corriente me envolvía, ¡todos tus torrentes y tus olas pasaron
sobre mí! 5 Entonces dije: He sido arrojado lejos de tus ojos, pero yo seguiré
mirando hacia tu santo Templo. 6 Las aguas me rodeaban hasta la garganta y el
Abismo me cercaba; las algas se enredaban en mi cabeza. 7 Yo bajé hasta las
raíces de las montañas: sobre mí se cerraron para siempre los cerrojos de la
tierra; pero tú me hiciste subir vivo de la Fosa, Señor, Dios mío. 8 Cuando mi
alma desfallecía, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu
santo Templo. 9 Los que veneran ídolos vanos abandonan su fidelidad, 10 pero
yo, en acción de gracias, te ofreceré sacrificios y cumpliré mis votos: ¡La
salvación viene del Señor!».
(C.I.C 2585) Desde David hasta la venida del Mesías,
las Sagradas Escrituras contienen textos de oración que atestiguan el sentido
profundo de la oración para sí mismo y para los demás (cf. Esd 9, 6-15; Ne 1,
4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9, 2-14). Los salmos fueron reunidos poco a
poco en un conjunto de cinco libros: los Salmos (o "alabanzas"), son
la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento.
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