lunes, 2 de septiembre de 2013
Ez 36, 25-26 Les daré un corazón nuevo
25 Los rociaré con
agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus
impurezas y de todos sus ídolos. 26 Les daré un corazón nuevo y pondré en
ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y
les daré un corazón de carne.
(C.I.C 368) La tradición
espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de
"lo más profundo del ser" “en sus corazones” (Jr 31,33), donde la
persona se decide o no por Dios (cf. Dt 6,5; 29,3; Is 29,13; Ez 36,26; Mt 6,21;
Lc 8,15; Rm 5,5). (C.I.C 1432) El corazón del
hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo
(cf. Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios
que hace volver a El nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos
convertiremos" (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de
nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece
ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el
pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que
nuestros pecados traspasaron (cf. Jn 19,37; Za 12,10). “Tengamos los ojos fijos
en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque,
habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo
entero la gracia del arrepentimiento” (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios, 7, 4).
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