domingo, 1 de septiembre de 2013
Ez 36, 20-22 Por el honor de mi santo Nombre
20 Y al llegar a
las naciones adonde habían ido, profanaron mi santo Nombre, haciendo que se
dijera de ellos: «Son el pueblo del Señor, pero han tenido que salir de su
país». 21 Entonces yo tuve compasión de mi santo Nombre, que el pueblo de
Israel profanaba entre las naciones adonde había ido. 22 Por eso, di al pueblo
de Israel: Así habla el Señor: Yo no obro por consideración a ustedes, casa de
Israel, sino por el honor de mi santo Nombre, que ustedes han profanado entre
las naciones adonde han ido.
(C.I.C 2814) Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones: “Pedimos
a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la creación por
medio de la santidad. [...] Se trata del Nombre que da la salvación al mundo
perdido, pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en
nosotros por nuestra vida. Porque si
nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es
blasfemado, según las palabras del Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra
causa, es blasfemado entre las naciones' (Rm 2, 24; cf. Ez 36, 20-22). Por
tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo
es el nombre de nuestro Dios” (San Pedro Crisólogo, Sermo 71, 4: PL 52 402). “Cuando decimos "santificado sea tu
Nombre", pedimos que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero
también en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para
conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros
enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu Nombre 'en
nosotros', porque pedimos que lo sea en todos los hombres” (Tertuliano, De Oratione, 3, 4: PL 1, 1259).
(
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