viernes, 20 de septiembre de 2013
Am 5, 21-25 Que el derecho corra como el agua
21 Yo aborrezco,
desprecio sus fiestas, y me repugnan sus asambleas. 22 Cuando ustedes me
ofrecen holocaustos, no me complazco en sus ofrendas ni miro sus sacrificios de
terneros cebados. 23 Aleja de mí el bullicio de tus cantos, no quiero oír el
sonido de tus arpas. 24 Que el derecho corra como el agua, y la justicia como
un torrente inagotable. 25 ¿Acaso ustedes me ofrecieron sacrificios y
oblaciones en el desierto durante cuarenta años, casa de Israel?
(C.I.C 2100) El sacrificio exterior, para ser auténtico,
debe ser expresión del sacrificio espiritual. ‘Mi sacrificio es un espíritu
contrito...’ (Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con
frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior (Cf. Am 5, 21-25)
o sin relación con el amor al prójimo (Cf. Is 1, 10-20). Jesús recuerda las
palabras del profeta Oseas: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’ (Mt 9, 13;
12, 7; cf. Os 6, 6). El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en
la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación (Cf. Hb 9,
13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio
para Dios. (C.I.C 1435) La conversión se realiza en la vida cotidiana
mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la
defensa de la justicia y del derecho (Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento
de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de
vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los
sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz
cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf. Lc 9, 23).
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