jueves, 1 de agosto de 2013
Jr 3, 16-19 Se llamará a Jerusalén «Trono del Señor»
16 Y cuando
ustedes se hayan multiplicado y fructificado en el país, en aquellos días
–oráculo del Señor– ya no se hablará más del Arca de la Alianza del Señor, ni
se pensará más en ella; no se la recordará, ni se la echará de menos, ni se la
volverá a fabricar. 17 En aquel tiempo, se llamará a Jerusalén «Trono del
Señor»; todas las naciones se reunirán en ella, y ya no seguirán más los
impulsos de su corazón obstinado y perverso. 18 En aquellos días, la casa de
Judá irá hacia la casa de Israel, y ellas vendrán juntas del país del Norte a
la tierra que yo di a sus padres en herencia. 19 Yo me había dicho: ¡Cómo
quisiera contarte entre mis hijos y darte una tierra deliciosa, la herencia más
hermosa de las naciones! Yo me había dicho: Tú me llamarás «Mi padre», y nunca
dejarás de ir detrás de mí.
(C.I.C 2795) El símbolo del cielo nos remite al misterio de
la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su
morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra "patria". De la patria
de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf. Gn 3) y hacia el Padre, hacia el
cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf. Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15,
18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf. Is 45, 8; Sal
85, 12), porque el Hijo "ha bajado del cielo", solo, y nos hace subir
allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf. Jn 12,
32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario