viernes, 30 de agosto de 2013
Ez 32, 17-18 Entona un canto fúnebre sobre la multitud de Egipto
17 El Año
duodécimo, el día quince del mes, la palabra del Señor me llegó en estos
términos: 18 Hijo de hombre, entona un canto fúnebre sobre la multitud de
Egipto y húndela, a ella y a las capitales de las naciones más ilustres, en las
regiones más profundas, con los que bajan a la Fosa.
(C.I.C 633) La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf.
Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó
Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados
de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera
del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1Sam
28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como
lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de
Abraham" (cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas,
que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo
liberó cuando descendió a los infiernos" (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para
liberar allí a los condenados (cf. Concilio Romno (año 745): DS 587) ni para
destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Cum dudum (1341), 18: DS 1011; Clemente VI Super quibusdam (1351) 15, 13; DS1077) sino para liberar a los
justos que le habían precedido (cf. IV Concilio de Toledo, IV (633): DS 485; Mt
27, 52-53).
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