viernes, 23 de agosto de 2013
Ba 6, 3-4. 63 No se hagan semejantes a los extranjeros
3 Ahora bien,
ustedes verán en Babilonia dioses de plata, de oro y de madera, que son
llevados a hombros, e infunden temor a las naciones. 4 Tengan cuidado,
entonces, no sea que también ustedes se hagan semejantes a los extranjeros y se
dejen invadir por el temor a esos dioses, - 63 Por lo tanto, no se puede
pensar ni decir que son realmente dioses, ya que no son capaces de hacer
justicia ni de favorecer a los hombres.
(C.I.C 2113) La idolatría no se refiere sólo a los cultos
falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en
divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre
honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de
demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los
antepasados, del Estado, del dinero, etc. ‘No podéis servir a Dios y al
dinero’, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a
‘la Bestia’ (Cf. Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría
rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión
divina divina (Cf. Ga 5, 20; Ef 5, 5).
(C.I.C 2114) La vida humana se unifica en la adoración del Dios Único. El
mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de una
dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido religioso
innato en el hombre. El idólatra es el que ‘aplica a cualquier cosa, en lugar
de a Dios, la indestructible noción de Dios’ (Orígenes, Contra Celsum, 2, 40: PG 11, 161).
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