sábado, 1 de diciembre de 2012
Tb 3, 11-16 Señor, mírame y compadécete de mí
11 Entonces,
extendiendo los brazos hacia la ventana, Sara oró de este modo: «¡Bendito seas,
Dios misericordioso, y bendito sea tu Nombre para siempre! ¡Que todas tus obras
te bendigan eternamente! 12 Ahora yo elevo mi rostro y mis ojos hacia ti. 13
¡Líbrame de esta tierra, para que oiga más insultos! 14 Tú sabes, Señor, que yo
he permanecido pura, porque ningún hombre me ha tocado; 15 no he manchado mi
nombre ni el nombre de mi padre, en el país de mi destierro. Soy la única hija
de mi padre; él no tiene otro hijo que sea su heredero, ni tiene hermanos ni
pariente cercado a quien darme como esposa. Ya he perdido siete maridos, ¿por
qué debo vivir todavía? Si no quieres hacer morir, Señor, mírame y compadécete
de mí, para que no tenga que oír más insultos». 16 A un mismo tiempo, fueron
acogidas favorablemente ante la gloria de Dios las plegarias de Tobit y de
Sara,
(C.I.C 2585) Desde David hasta la venida del Mesías, las
Sagradas Escrituras contienen textos de oración que atestiguan el sentido
profundo de la oración para sí mismo y para los demás (cf. Esd 9, 6-15; Ne 1,
4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9, 2-14). Los salmos fueron reunidos poco a
poco en un conjunto de cinco libros: los Salmos (o "alabanzas"), son
la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento.
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