domingo, 9 de diciembre de 2012
Jdt 9, 2-4 ¡Dios, Dios mío, escucha ahora la plegaria de este viuda!
2 «¡Señor, Dios de
mi padre Simeón! Tú pusiste en sus manos una espada vengadora contra aquellos
extranjeros que arrancaron el velo de una virgen para violarla, desnudaron su
cuerpo para avergonzarla y profanaron su seno para deshonrarla. Aunque tú
habías dicho: «Eso no se hará», ellos, sin embargo, lo hicieron. 3 Por eso
entregaste a sus jefes a la masacre, y así su lecho, envilecido por su engaño, también
por un engaño quedó ensangrentado. Bajo tus golpes, cayeron muertos los
esclavos con sus príncipes y los príncipes, sobre sus tronos. 4 Tú entregaste
sus mujeres al pillaje y sus hijas al cautiverio, y dejaste todos sus despojos
para que fueran repartidos entre tus hijos predilectos, los cuales, enardecidos
de celo por causa de ti y horrorizados por la mancha infligida a su propia
sangre, habían invocado tu ayuda. ¡Dios, Dios mío, escucha ahora la plegaria de
este viuda!
(C.I.C 2562) ¿De dónde viene la oración del hombre?
Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es
todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración,
las Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del
corazón (más de mil veces). Es el corazón
el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana.
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